martes, 18 de enero de 2011

Se llevaron a Luis (escrito en Marzo de 2009)

Al comienzo de la película "Brazil" una mosca cae sobre el carretel de agujas de una impresora que enumera los apellidos de las futuras víctimas de la represión estatal. Es así que el "distinto" que iba a ser detenido por las tropas de la burocracia no será atrapado esta vez. La mosca caída cambia una letra del apellido que se imprimía. Un "inocente" será secuestrado en su lugar, desaparecerá.
Hoy se llevaron a Luís. No ocurrió en una película, ni en Brasil. Pasó en la escuela de Mataderos. Se fue porque no logramos detener a la burocracia racista, miope y brutal, eficaz.
Luis nació en el bello Alto Perú. Por razones que él desconoce sus padres cambiaron la vida en las montañas por los talleres textiles clandestinos de Buenos Aires. Luís anda todo el día sucio: su ropa, sus uñas, su pelo. Luís repitió primer grado, también segundo. Por ser negro, por estar sucio, por ser repetidor fue puesto en segundo "B". Luís, los primeros días de clase de 2009 no habló, lloró y me reconoció al oído su tristeza por no haber podido terminar ese último ejercicio del examen que definió que, una vez más, perdiera a sus compañeros. Luis repitió porque sus maestras fueron ignorantes en lo profesional, irresponsables en lo político e insensibles en lo humano. Luís, en cuatro semanas en segundo "B", demostró estar alfabetizado, conocer para qué sirve ese conocimiento, tener completo y amplio manejo de la serie numérica, utilizar en más de un sentido la suma y la resta y sobre todo fue capaz de operar con una lógica tan (o más ) acorde a cualquier nene de su edad. Luis demostró una sensibilidad poco común. En veinte días de trabajo supo poner huevos, asumir el golpe de repetir e integrarse a un nuevo grupo con niños dos años más chicos que él.
Resulta que Luis tiene un hermano, muy parecido a él. En diciembre su mamá pidió una vacante para este hermano. Siguiendo con la nueva política de escuelas guethos de Mataderos se la negaron. Pues antes los bolivianos iban a las escuelas al sur de Alberdi. Ahora la zona de exclusión nace en la avenida Directorio. La mamá de Luis volvió a insistir en febrero. Sabedores de la imposibilidad legal de negar la vacante las “autoridades” le comunicaron que lo inscribirían pero sin beca del comedor (“Ya no quedan”, mintieron). Con tal noticia a esta señora no le quedó más remedio que anotar a su niño menor en una escuela a diez cuadras de la de su hijo mayor.
Hoy Luis llegó tarde. No traía el guardapolvo, esto me llamó la atención. Tras él venía su mamá. “Venimos a buscar sus cosas, lo cambio de escuela, me es imposible tener a los niños en escuelas distintas, no llego con los tiempos. Acá no quieren anotarme al chiquito”. Debo reconocer que la noticia me paralizó unos instantes. Hice silencio, traté de hacer memoria si tenía algún cuaderno de Luis para devolverle. Luego reaccioné. “Luis es mi compañero de trabajo, por qué se lo van a llevar”. Hablé con la mamá, le ofrecí mis datos para que los lleve como testimonio ante el supervisor de que “sí hay lugar en el comedor para el hermano de Luís”. La mujer me miró con extrañeza, quedó paralizada. Rápidamente le pedí a una colega que se quedara con los niños y me mandé como trompada hacia la vicedirección y luego a la dirección. Alcé la voz, expuse argumentos sólidos, hablé de legitimidad, de legalidad, del esfuerzo de Luis, de su pasado, no les dí tiempo de reacción. “Decile a la señora que me espere” dijo en voz baja la Directora. Así fue que se reunieron en la dirección. Resultado final. No pudimos cambiar el destino de Luis. Se lo llevaron. ¿Qué hablaron allí adentro? No lo sé. “Ahora me dice que no hay vacantes en primer grado, que ya son veintiséis”, alcanzó a decirme la mamá de Luis. Yo no supe cómo reaccionar. Tuve la certeza de no querer pertenecer más a la institución escuela, apenas alcancé a contener mi ira para no ponerme a insultar e irme dando un portazo. Solo atiné a llamar a Luis, darle un abrazo y decirle “te vamos a extrañar”.
Se lo llevaron a Luis. Se lo llevó la burocracia. La tibieza de su madre para defenderlo, mi torpeza y mis miedos para dejar todo e impedirlo. Se lo llevó la implacable burocracia, atroz, obtusa e inexorable. Que nadie crea que la burocracia es una falla, un error, algo que anda mal. Una mosca en la impresora. Ese es su juego, su terreno favorito. Confusión perenne, desgaste sistemático, manejo inhumano en el guardapolvo de una directora de escuela, en la cartuchera de un comisario, en los antojos de un gerente, la lapicera de un ministro, el recetario de un psiquiatra, el llavero de un guardiacárcel.

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